
Los feminismos críticos y las nuevas masculinidades emergen como respuestas necesarias para romper el cerco de los mandatos hegemónicos que han estructurado la sociedad a lo largo de la historia. Lo que planteamos. No es un slogan, puesto que aun los porfiados hechos nos enrostran que aún existen femicidios, violaciones, entre otros eventos de manifestación patriarcal cotidiana, que nos demuestran innegablemente que, hasta ahora pese al camino recorrido, nadie está exento de estos mandatos. Las estructuras patriarcales se han enraizado profundamente en nuestras vidas, y resulta complejo escapar de ellos. Las mujeres, por ejemplo, hemos tenido que enfrentarnos a una estructura que ha privilegiado a una parte de la humanidad, mientras ha descalificado y subyugado a las mujeres, considerándonos débiles, emocionales y carentes de las herramientas intelectuales necesarias para ser ‘iguales’ a los hombres.
Esta mentira estructural ha causado daños profundos y persistentes a la humanidad. Uno de ellos, que se transmite de generación en generación, es que las mujeres hemos tenido que demostrar constantemente nuestra valía, probar que somos capaces, enfrentar el efecto Pigmalión que nos exige más para ser reconocidas. Hemos sido condicionadas a ser multifuncionales: cuidadoras, trabajadoras, buenas madres, buenas esposas, siempre bajo el mandato hegemónico impuesto desde una perspectiva masculinista.
Por otro lado, los mandatos de las masculinidades hegemónicas han dejado cicatrices profundas en la humanidad, la historia está llena de huellas de destrucción, guerras, genocidios, muertes por lesa humanidad y persecuciones por pensar de manera diferente, impulsadas por ambiciones geopolíticas y un afán de poder que solo el patriarcado ha alimentado. Estos mandatos han generado no solo un sufrimiento incalculable para las mujeres, sino también para muchos hombres que, atrapados por estas normas rígidas, han sido empujados a vivir bajo expectativas que les han impedido desarrollar una identidad más libre y equilibrada.
Por ello, la cuestión fundamental es cómo romper estos mandatos hegemónicos que afectan profundamente a las mujeres y también a los hombres que buscan transitar hacia nuevas masculinidades, deconstruidas y fundamentadas en la equidad, en el respeto mutuo y en el reconocimiento de cada ser humano en su singularidad. Un paso esencial para ello es que los hombres reconozcan el daño que causan los mandatos patriarcales, tanto a ellos como a las demás personas, y que se liberen de esa opresión, que les permita avanzar a un nuevo concepto de masculinidad que no esté basado en el dominio, la violencia o la competitividad destructiva. La pregunta es cómo educar para revertir estos mandatos hegemónicos, cuyos efectos se reflejan en la violencia de género, femicidio y en otras formas de opresión y discriminación.
Nos preguntamos entonces ¿es posible imaginar un cambio profundo en nuestra sociedad sin antes transformar nuestra cultura y nuestras concepciones humanas más fundamentales? La respuesta está clara, pues la evidencia histórica lo demuestra. Esos cambios no se darán de manera espontánea ni inmediata, requieren un proceso de transformación profunda, que debe comenzar desde la educación, desde los primeros años de vida, para reprogramar los roles que nos han sido impuestos y fomentar una visión de mundo que se base en el respeto mutuo, en la equidad y en la posibilidad de construir un futuro, donde tanto mujeres como hombres podamos vivir libres de los mandatos patriarcales que tanto daño nos han hecho.
Este cambio cultural y humano es necesario y urgente, debemos cuestionar las normas tradicionales que nos limitan a aprender a vivir sin las ataduras de una sociedad que ha sido construida sobre principios desiguales. Es un proceso largo y complejo, pero fundamental para que podamos avanzar hacia una sociedad más justa y equilibrada para todas.
Mientras aquello va sucediendo, las mujeres seguimos abriendo caminos, con fuerza y decisión para lograr infundir una cultura, donde las otredades sean consideradas como un-a legitimo-a otro-a. Desde esta perspectiva se explica las marchas del 8M que datan de principio de siglo XX donde las demandas de cada época han permitido que el patriarcado se vaya agrietando cada vez más, sin embargo, es necesaria su caída puesto que se continúa normalizando la violencia contra la mujer, cuya forma extrema es el femicidio. Al respecto, los datos son elocuentes; según datos del SERNAMEG (2025), durante los últimos tres años se han registrado 43 femicidios consumados, los casos de femicidios frustrados suben todos los años registrándose 299 en el año 2024 y 80 casos de femicidios frustrados. No es menor la población de mujeres que sufre estos ataques considerando que es la violencia más extrema y, que existe otro gran número de mujeres que sufre un historial de abuso físico, psicológico y emocional, donde el agresor busca ejercer control y poder sobre la mujer, desde la manipulación en las relaciones íntimas hasta la violencia sexual y el acoso callejero.
No se puede romper esta tendencia sólo desde un lugar, sino que es necesario la convergencia de las búsquedas, al respecto las mujeres hemos demostrado tener agenda propia, sin embargo, lo que preocupa es que la visión masculinista no visualiza estos temas como un flagelo social, sino como situaciones aisladas. De allí la importancia del aporte de los feminismos críticos y también de nuevas masculinidades que busquen liberarse de estereotipos dañinos, donde los hombres pueden experimentar una mayor apertura en construir relaciones más significativas y sanas. Este nuevo tipo de masculinidades es un proceso continuo de aprendizaje, reflexión y acción, donde los hombres se desafían a sí mismos a ser mejores personas y a construir una sociedad más justa y equitativa, aunque para ello, deban renunciar a sus privilegios. Al respecto el 8M también es una invitación a vivir una masculinidad liberadora. Necesitamos que transitemos en conjunto el camino a esa liberación, donde nadie sobra y todo suma.